Monasterio de San Juan de Duero. Ciudad de Soria.

Una ruta por Soria. 
Descendemos por ese collado, moderno y peatonal, entre los cerros de El Mirón y El Castillo. Murallas y fortaleza del pasado. Continuamos por la calle Zapatería, plaza Fuente de Cabrejas  y calle Real. Barrio antiguo de la ciudad. Barrió en rehabilitación. Palacios y escudos. Linaje y fe. Convento fundacional de Santa Teresa, Carmelitas Descalzas y clausura. San Nicolás, románico  y ruinas. A la izquierda dejamos la Concatedral de San Pedro, iglesia, culto y los otros claustros.  
Cruzamos el puente de piedra sobre el Duero, paraje inspirador de poetas. Vamos despacio, ignoramos que el tiempo se escapa. Los sentidos se agudizan y con ello las sensaciones. Dirigimos los pasos a la izquierda, y allí está. 
Es nuestro monasterio, un monasterio de la orden San Juan de Jerusalén o del Hospital. Extramuros de la ciudad, al lado del camino para cumplir con su función, socorrer a los peregrinos en su caminar. Hoy solo queda del monasterio, su iglesia y claustro.


Entramos primero en la iglesia, el claustro y sus arcos nos esperarán. Cruzamos el quicio de la puerta, música y luz tenue. Observamos esos dos altares o baldaquinos con sus cúpulas semiesférica y cónica a los lados de las escaleras que da al ábside. Descubrimos el simbólico arco califal, que la perspectiva forma en la cabecera. Detenemos la mirada en los ocho capiteles y las abundantes marcas de cantería. Veremos una hornacina, la losa del enterramiento de un abad, cáliz en la mano y borla de prelado. Tres objetos en exposición de tres culturas que conviven tras los cristales de una vitrina.
Ahora nos dirigimos al epicentro del claustro, lentamente giramos sobre nuestro eje. Vemos en los cuatro lados, la variedad de arcos. La mirada se detiene en las tres puertas mudéjares de las esquinas. 
En el lado noroeste, distinguimos la parte que se ha reconstruido. Había desaparecido, atrás quedaron los tiempos, en que la iglesia era encerradero de ganado y el interior del claustro, huerto.
Nos separamos, cada uno a su ritmo. Me acerco a las arquearías, contemplo los capiteles, decoración vegetal, aves afrontadas, arpías, leones,….
Me detengo ante algunas columnas que llevan cruces, unas talladas y otras perfiladas; quizás indicadoras de antiguos enterramientos.

Hay capiteles que me retienen. Uno que asemeja los nudos de una red. Otro con vieiras en su interior, elemento distintivo del Camino de Santiago. El lobo degollando al cordero,…..

En un machón puedo ver un reloj canónico de Sol, “Siete veces al día te alabaré”, obligación de rezo de los monjes. (Laudes 7, tercia 9, sexta 12, Nona 15, Víspera 18,30, Completas 20, Maitines 4,30), y debajo otro reloj solar, en el que casi distingo su numeración romana. “Tempus fugit”.

En la vega del Duero, sus norias y neveros, los frutales y las huertas están florecidos. Veo las dos campanas en los vanos de la espadaña, sonido orientador en noches de cellisca. Cierro los ojos. Resguardados por la techumbre, en las cuatro crujías, lentamente monjes de hábito negro y cruz blanca de ocho puntas, meditan y recuerdan gestas guerreras. Peregrinos que dejaron atrás Agreda descansan, reponen fuerzas en su caminar hasta Santo Domingo de Silos, para después, continuar en su empeño de llegar a la tumba de Santiago el Mayor,……..


Antes de marcharnos ascendemos por la ladera para tener una vista del conjunto. Ladera por donde las animas becquerianas deambulan.
Si hemos saciado el espíritu, ahora toca saciar el cuerpo. Torreznos y tortilla de patata. "Fielato" en tiempos pasados en realidad viejo silo para almacenar grano, ahora bar con terraza a orillas de ese Duero poético.  
Antes de regresar a la ciudad del alto Duero iremos a honrar a su patrón.  Huertas y arco de ese monasterio atribuido al temple: San Polo. Caminamos despacio por la orilla del rio. Iniciales que son nombres de enamorados, cifras que son fechas  y llegamos al rincón del poeta. Homenaje de la ciudad. Machado  y Soria. Paisaje y amor truncado.
Estamos ante la ermita de San Saturio. Cueva en la ladera de la montaña. Sepulcro del santo soriano. Salas Capitulares e iglesia. Pinturas. Velas de esperanza. Libro de visitas. 
Cruzamos por el puente de hierro. Iniciales y fechas ahora en candados asidos a la barandilla. Paseo de San Prudencio discípulo del anacoreta. Bar restaurante "Soto Playa", quizás sea aquí donde reconfortemos el cuerpo. Descanso para ese turismo en Soria y para aquellos sorianos que ya no dan la espalda a su río.
AHPSo

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