Pueblo de Navabellida. (Soria).

Con el alba las primeras luces iluminan los montes. El sol comienza a despuntar y el día va clareando. Precioso orto amigo, mereció la pena madrugar. Una vez más, el camino nos conduce a las Tierras Altas sorianas. Retornamos a los orígenes, a San Andrés de San Pedro y a Valdelavilla, tierras ahora de soledad. La vida y los recuerdos nos acompañan.
Puerto de Oncala, divisoria de aguas viajeras, unas al Duero y otras al Ebro. Contrastes de paisajes según las estaciones, pero siempre bellos paisajes serranos. Antigua caseta de camineros ahora refugio de cazadores. Puestos alineados en la ladera en espera de palomas migratorias. Éxodo continuo de vidas a otras tierras, desde la década de los sesenta del siglo pasado. Puertas cerradas en espera de tiempos mejores y ruinas. Continúa el camino, atrás quedaron Oncala y El Collado, hasta llegar al destino el pueblo de Navabellida.

Nava-bellida, tierra bella con ricos pastos para el ganado. Pastos de verano en las alturas. Tierra pobre para la agricultura. Tablas en las laderas, mucho sudor derramado en el minifundio. Dos barrios separados por un pequeño arroyo, aguas al Linares.

Dos calles la Real y la de Arriba, rústico empedrado.

Casas de piedra, bella arquitectura serrana. Algo más de una veintena, la mayoría en equilibrio.


Casa con gusto restaurada, casa revocada y algún tejado recorrido. Casas y pueblo con alma. Portales y cuadras, majadas improvisadas. Puertas cerradas en espera de tiempos nuevos. Antes dependiente de El Collado y ahora pedanía de Oncala.


La escuela y los alegres chiquillos, hoy muda y arreglada junto a la casa concejo.

El frontón construido en 1954, con su pared lateral hace poco levantada. Ya hace mucho que no se oye el sonido de la pelota en el frontis.

Fuente de arriba, fuente-abrevadero de la década de los veinte del siglo pasado junto al pequeño riachuelo y pilas de lavar comunales. 




El trasformador resistiendo desde 1952 junto a las eras de pan trillar.
La hiedra que asciende por la espadaña de las ruinas de su iglesia. Parroquia de la Asunción de Nuestra Señora y campanas expoliadas. Dos fundidas en Vitoria 1950, Viuda de Murua, cobre codicioso vuelto a fundir. Cobre robado y comprador sin escrúpulos. En el recuerdo su repique, festejos a su patrona, nieve negra y a la alegría por el regreso de los pastos del sur. Nombres de santoral y apellidos repetidos, vidas de otros tiempos.

Es otoño. Los quitameriendas han comenzado a florecer en las laderas abrigadas. “Por los santos, la nieve por los altos y por San Andrés, la nieve por los pies”. Los rigores del invierno acechan. Sonidos de balidos y esquilas. Merinas trashumantes. Careas ladrando mientras que los fieles mastines marcan su territorio. Uno de los dos rebaños viajeros que quedan en Tierras Altas.
Pastos de invierno. Trashumarán a las dehesas extremeñas antes de la paridera. Las ovejas lo presienten, están nerviosas. Ven cercana la partida. Y las sierras tristes y oscuras se quedarán. Esperarán la nieve blanca de invierno, un mayo lluvioso y los finos pastos que resistan al agostadero.
Pero ahora otros pastos nuevos les aguardan. Tradición milenaria que se repite, pero que pronto se terminará. Y la sierra, de momento, durante siete meses las esperará. Puerta que se cierra. No es una batalla, es una guerra que ya se perdió. Tal vez si se vallaran los pastos comunales, tal vez si una denominación de origen las protegiera, tal vez si quitáramos sacrificios al ganadero, tal vez, tendría futuro.
Una fecha marcada en el calendario. Ese día ha de llegar. Los días anteriores de preparativos. Es la partida, la despedida, la ausencia. Las yeguas cargadas. Siete meses de espera y hojas del calendario quitadas. En el pasado andando, luego en trenes y ahora con camiones.
El ocaso llega, cae la noche en la sierra. El sol lentamente se va escondiendo. Bellos destellos rojos entre nubes de algodón. Limpio se pone. Cabañuelas y sabiduría rural coinciden mañana será un día despejado. En el silencio, ese silencio deseado, imagino una figura que lentamente camina apoyada en el bastón de la dignidad. El pelo canoso y las arrugas denotan el paso del tiempo. En la piel el aire y el sol de la sierra. Allí se queda, el pueblo y la riqueza de otros tiempos, las merinas de lana fina.

4 comentarios:

  1. Precioso relato lírico amigo Cándido. Navabellida hoy en ruinas, revive en tus palabras. Tuve la suerte de conocer el pueblo hace más de 40 años cuando aún vivían dos familias. Hoy los últimos trashumantes dan vida a sus piedras como buen agostadero. Tus escritos dan fe notarial de Tierras Altas, enhorabuena

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias por tus palabras y la aportación. Solamente como curiosidad te diré que la puerta de la casa familiar fue realizada en Navabellida. Finales de la década de los cincuenta, hasta carpintero había de nombre Julián.

      Eliminar
  2. Yo nací en nada vellida y me trae muchos buenos recuerdos sería bonito que estos pueblos recuperaran su esplendor, que pudíeran recuperar vida

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo nací en San Andrés de San Pedro, conozco bien el pueblo donde naciste. Me alegro que esta entrada te traiga buenos recueros. Creo que es un pueblo con muchas posibilidades, por su belleza y la del entorno que lo rodea. A mí también me gustaría que pudieran recuperar vida, aunque fuera de segundas viviendas.

      Eliminar